10 febr. 2012

La estatuilla dorada – Relato de un jugador

Author: abraham | Filed under: Aventura, Relato

Llegué a la posada del pueblo de Fukuhora. Necesitaba descansar tras unas horas de viaje desde la capital y aún quedaba un largo camino hasta llegar a casa de mi padre.

Cuando entré ojeé la posada. Habían dos personajes que por sus ropas parecían ser Ronin, otro samurai algo extraño que jugueteaba con su perro y una persona bastante delgada que, por su aspecto, era el regente del local. Mi sospecha se confirmó cuando, al sentarse el pequeño ser se me acercó.

– ¿Desea algo?

– Un poco de sake. Con eso bastará.

Apenas me habían servido que entró un campesino de brazos fuertes y pelo blanquecino.

– Por favor señores, necesitamos ayuda.

– ¿Qué pasa campesino?

– ¡Nuestra estatua del Gran Creador ha desaparecido y nuestras cosechas se han visto resentidas por ello!

Mi deber con el Gran Creador me obligaba a ayudar a ese pobre pueblo.

Detrás mio oí una voz.

– ¿Cuánto pagareis por ello?

– Podemos llegar a reunir diez monedas,… a repartir entre todos – dijo el hombre sollozando.

Me giré. Era uno de los ronin. Portaba un arco y un carcaj bien cargado de flechas. Al oír el pago, el resto también se levantó. Es curioso como el dinero mueve a la gente.

Pregunté si había alguna pista y nos dijo que no, así que fuimos a buscar el altar. Cogí mi tetsubo y fuimos para allí. Mientras me lamentaba de la pérdida de la estatua, el ronin con arco se agachó.

– Aquí hay tres pares de huellas, un par de ellas es más pesada que las otras.

El camino fue sin incidentes, pero no sin cosas curiosas. Un leñador nos explicó que detrás de la colina había un pueblo, pero que no había una enemistad especial entre ellos; era un dato interesante. El otro samurai envió a su perro a rastrear. Hubo un momento en el que se paró. El ronin con arco corrió hasta donde estaba el perro y se lanzó al suelo. Me acerqué.

– ¡Esta moneda es mía!

Me lo quedé mirando estupefacto y decidí seguir. Además, de repente, alguien lanzó una bomba de humo delante nuestro y un samurai tan raro como el anterior apareció. En este caso era una mujer. El camino ascendía lentamente y, poco después llegamos arriba. El pueblo estaba cerca y, en el centro de él, vi un pequeño altar. Se lo dije a mis compañeros y fuimos hacia allí. El ronin con arco pareció querer dar un rodeo. Yo prefería ir directo. Si la estatua era la del pueblo vecino, la recuperaríamos, si no, eliminaríamos la sospecha. Detrás de mí iba el resto del grupo. A medio camino un campesino se me acercó.

– Sois extranjero. ¿Qué hacéis aquí?

– He venido a rezarle al Gran Creador.

La cara del campesino me decía que no me había creído en exceso.

– ¿Hay algún problema?

Quien hablaba era un samurai grande, tan grande como yo con una pesada armadura y una mano en la empuñadura de la katana.

– Para nada. Simplemente quería rezarle al Gran Creador gracias a la hermosa estatua que tenéis aquí.

– No solemos recibir visitas. ¿Qué queréis realmente?

– Os seré franco. Al otro pueblo le han robado su estatua del Gran Creador, y venimos a investigar.

– ¿Es algún tipo de acusación?

– Para nada. Es más, podéis acompañarme.

– De acuerdo…

Mientras llegábamos, un campesino gritó.

– ¡¡Ninja!!

Me giré y vi al “samurai” que tenía al perro coger al aldeano y susurrarle algo, de lo que solo oí “palillo”

Mi escolta se giró hacia él, momento que yo aproveché para ir hacia la estatua. Era una estatua demasiado valiosa para este pueblo. Mientras me acercaba aún más, oí la voz del campesino.

– Ellos tenían demasiada suerte con sus cosechas. ¡No es justo!

Aquello confirmó mis sospechas, así que cogí la estatua con sumo cuidado.

Cuando volví a mirar a la acción, el samurai que me había querido acompañar caía muerto, tras un ataque del samurai del perro y de su compañera que había aparecido por detrás del muerto con su arma desenvainada.

Un campesino se me acercó, suplicándome que no me llevase la estatua. Detrás de él apareció el ronin con arco.

Ahora tocaba decidir qué hacer con la dichosa estatua. Estaba claro que no era de ninguno de esos pueblos. Uno de los campesinos nos admitió el robo, pero nos dijo que el otro pueblo la había robado de un templo que se hallaba en la otra colina y que había quedado abandonado. Ofrecí la idea de llevar esta estatua a otro gran templo. El ronin propuso llevarla al templo abandonado. Mientras discutíamos, noté algo en la base de la estatua, como si encajara en algún lugar, así que apoyé la idea del ronin. Pese a ser de noche ya y los rumores que habían de espíritus, decidimos ir. Los espíritus no duermen y, por mi parte, prefería acabar el tema lo antes posible. El ronin con arco se despidió cariñosamente de una amiga que había hecho y el loco del perro cogió al campesino al que antes había amenazado para que nos acompañase.

Al poco rato de caminar vimos las ruinas del templo. Empezamos a escuchar ruidos extraños, pero no íbamos a huir. En la parte superior de lo que había sido el templo habían dos seres que exudaban corrupción, con brazos acabados en mazas con púas.  La ninja le lanzó dos shurikens a uno de ellos, ante los cuales el monstruo gruñó y empezó a sangrar, solo para lanzarse contra ella. El ronin que no tenía arco se lanzó a por el otro, pero de repente el miedo le paralizó. Algo fue a por el monstruo, derribándolo y matándolo, para después empezárselo a comer. Ese algo ¡era el perro! Increíble… No tuvo mucho tiempo para sorprenderme, porque algo gritó a mis espaldas. Simplemente me giré y cargué contra el monstruo. Cogí mi tetsubo con las dos manos, paré el ataque del monstruo, le lancé un ataque contra su pecho que habría partido en dos a cualquier ser humano y, finalmente, lancé un golpe de tetsubo contra su cara para aplastársela. El monstruo estaba muerto antes de tocar el suelo. Fui hacia el templo rápidamente y fácilmente vi el altar. Coloqué la estatua y oí algo que heló mi sangre.

“Cuando todas las piezas se hayan reunido el poder será tuyo”. Acto seguido vi a mis pies, entre los escombros, un medallón. Lo cogí y, a través de una ventana vi al ronin con arco que me miraba. Al salir, el resto se habían encargado del monstruo que faltaba y el del perro llevaba una flecha clavada. En fin…

Al verme con la estatuilla, todos se alarmaron. Me dijeron que la devolviera al pueblo, pero no estaba dispuesto. Esta estatua no era normal y me enteraría de lo que tenía de particular. Tras mucho discutir, les convencí de que me acompañasen al Gran Templo y, en caso de que hiciera alguna cosa rara, podrían matarme. Estaba agotado del duro día, así que me fui a la posada mientras ellos registraban el templo.

by Ruben

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