7 març 2012

Protegiendo la aldea (II)

Author: abraham | Filed under: Relato

Kanemoto Matsuyo y Tanaka Ryosei observaban como dos personas avanzaban hacia la aldea a través del camino que cruzaba las plantaciones que la rodeaban. Reconocieron al muchacho que abría la marcha y supusieron que la joven que le seguía era la bestia furibunda que habían descrito los campesinos que habían llegado exhaustos por la carrera. Vestía unos harapos que en otros tiempos debían de haber sido un lujoso kimono, encima del hombro llevaba apoyado su nodachi y lo más característico de su rostro eran unos ojos pequeños de mirada ausente aunque peligrosa. No había duda de que era una ronin, una paria de la sociedad que vagabundeaba por los caminos en busca de algo que llevarse a la boca. Y tenía que ser una buena luchadora, porque aunque se la veía joven, su piel morena indicaba que llevaba mucho tiempo deambulando por los caminos, y el hecho de seguir todavía viva indicaba que el arma que llevaba no era un mero adorno.

– ¿Qué te parece, Ryosei?

– Que nos puede ser de gran ayuda mientras los campesinos encuentren con que alimentarla, ¿no ves la cara que hace por el hambre que tiene? – y lanzó una sonora carcajada. Tanaka Ryosei era un samurai perteneciente al clan de los Guardianes del Primer Sello, aunque hacía mucho que no volvía al templo para cumplir con esa tarea. Ahora se dedicaba a acompañar a Kanemoto Matsuyo, un general imperial con una gran trayectoria militar a quien le debía la vida, y hasta que no saldara cuentas con él, no quedaría tranquilo. Ryosei, como la gran mayoría de miembros de su familia, era de constitución fuerte y sobrepasaba en una cabeza a Matsuyo. Sus fuertes brazos, protegidos con ligeras piezas de armadura, sujetaban, como si de un juguete se tratara, una ono de gran tamaño, a la que dedicaba mucho tiempo afilándola para tenerla a punto. Su torso desnudo estaba cubierto por tatuajes rituales que lo señalaban como iniciado en varias artes de la senda de la calma, al igual que su cabeza rapada.

Matsuyo se lo miraba mientras sonreía, pensado para adentro en que eso era un problema menor. Durante el día que llevaban allí ya había empezado a preparar a los aldeanos para que se pudieran defender del ataque de los bandidos y la mayoría se encontraba ahora, con arma en mano, tras ellos, mirando como seguían acercándose el muchacho y la ronin, listos a combatir a cualquier bandido que quisiera arrebatarles el fruto de su duro trabajo. La aldea no era muy grande y aunque se encontraba en una región controlada por la familia imperial se encontraba alejada de los caminos principales que llevaban a la capital. Matsuyo había llegado después de encontrarse por casualidad a un pobre campesino que había sido enviado a buscar ayuda, y él mismo se había ofrecido voluntario en acompañarle en su regreso. Les había tocado vivir en una época peligrosa, donde la familia imperial perdía poco a poco el control político y algunas de las familias más importantes se unían para acelerar el proceso. Ahora la mayoría de sus tropas se encontraban en la capital, en las fronteras o custodiando las carreteras más importantes. Pocos estaban dispuestos a proteger unos cuantos aldeanos.

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